
Me encanta abrir buzones, mejor dicho, me encanta abrir mi buzón. Siempre que llego a casa, la mayoría de las veces cargada, dejo todos los trastos en la escalera y suelto un suspiro. Queriendo decir: "Que pereza abrir el buzón". Pero es un falso supiro, para hacerme la interesante, porque me encanta. Me gusta ver que alguien se ha acordado de ti, que hay algo que se ha hecho exclusivamente para ti, me gusta ver mi nombre entero en un papel y que no lo haya escrito yo.
Cuando empecé a tener uso de razón le pedí a mi madre la llave del buzón. No tenía ninguna llave más, llevaba un montón de llaveros y la llave del buzón. Ella me la dio sin más, como si fuera un juguete, algo que si se perdía no pasaba nada. Para mi era importante. Lo abría cada día unas mil veces, antes de ir al colegio, al volver... Me encantaba encontrar algo, fuera lo que fuera. Aún me acuerdo de la primera carta para mí, esa ilusión al verla, las prisas por abrirla, por saber qué ponía. No entiendo como hay gente que no quiere ni propaganda. Yo sueño con tener una casa con un buzón como el de la foto. Y los sábados por la mañana levantarme pronto, comprar el diario, unas flores para el jarrón de la mesa de la cocina y cojer las cartas.
Y con el paso del tiempo sigo igual, abriendo el buzón.